El arte de amargarse la vida.
Lo contento que esté cada uno en su vida está mediado por las relaciones que cada uno establece con los demás y con uno mismo. Cuando escuchamos a los demás, el mensaje que captamos está condicionado por lo que nosotros interpretamos. Nuestras experiencias vitales condicionan el mensaje que nosotros escuchamos, por lo tanto, nunca podemos ser objetivos con lo que percibimos.
De la misma manera, cuando observamos nuestra vida, la actitud que tomemos ante la misma condicionará el que la percibamos como feliz o vacía. Me refiero a lo que coloquialmente llamamos “ver el vaso medio lleno o medio vacío”. De ahí, que ante las situaciones que vivamos podemos “disfrutar la vida”, “aprender de los errores” o “amargarnos la vida”. En este concepto es en el que me voy a centrar a continuación.
La primera manera de amargarse la vida.
Tal cual nos cuenta Paul Watzlawick en “El arte de amargarse la vida” la primera manera de amargarse uno la vida es magnificando los problemas a los que nos enfrentamos en el día a día, dándole más importancia de la que tienen hasta que éstos te arrastran. En ocasiones, esta manera de observar los problemas pequeños tiene la capacidad de hacer reales los dificultades a las que uno se enfrenta, con lo cual ya está justificada la primera actitud de preocupación. Por ejemplo, si a un padre le preocupa que los compañeros de clase se metan con su hijo y le está avisando continuamente con mensajes de miedo, el niño irá asustado a clase y se aislará de sus compañeros; esto hará que se sienta desprotegido y diferente a los demás, lo cual puede que provoque esta situación desagradable.
La segunda manera de amargarse la vida.
Consiste en no escuchar a los demás y pensar que uno siempre tiene la razón, que todo es blanco o negro, y que sólo existe una verdad absoluta: la tuya. Esto lo único que genera es dificultar la comunicación con el otro y que el que escucha se rigidifique en su postura. Por ejemplo, si uno discute con su hijo para que cambie una actitud y no le pregunta por qué se comporta de esta manera, le costará conseguir el cambio esperado.
La tercera manera de amargarse la vida.
Centrarse en algo que te haya marcado, y repetirlo en tu mente una y otra vez, hasta que parezca que esto es lo único importante. Es más positivo centrarse en los logros. Por ejemplo, si tu hijo suspende el curso y te centras sólo en ese aspecto puede que te olvides de reforzarle por las cosas buenas que está consiguiendo.
La cuarta manera de amargarse la vida.
Pensar sólo en el futuro olvidándote que es en el presente donde se marcan los objetivos y se inicia el camino hacia la meta. Por ejemplo, “si no estudia en este trimestre le obliguaré a estudiar los sábados por la mañana”; tal vez la postura adecuada si ya ha suspendido los parciales será motivarle para que estudie este mes. Tenemos que educar en la importancia de marcarse unas metas y ayudar a cumplirlas en el aquí y ahora.
La quinta manera de amargarse la vida.
Una forma muy efectiva de lograr la infelicidad es comparándote siempre con los demás. Así, concentrarte en lo que crees que los demás tienen, en lugar de hacerlo en lo que tú posees, te mantendrá en un permanente estado de frustración. Este ejercicio te impedirá disfrutar de lo que ya posees. Si uno exige a un hijo lo mismos resultados que otro hijo o conocido tienen, le generará un sentimiento de “no ser capaz” que no sólo no le motivará, sino que le influirá en su autoestima.
La sexta manera de amargarse la vida.
No siempre hacemos las cosas bien, por ello es importante entender que uno se puede equivocar al igual que el otro. Para superar los errores que uno comete es importante perdonarse a uno mismo y entender que no siempre somos responsables de lo que nos ocurre, y que hay situaciones que escapan a nuestro control. No podemos proteger a nuestros hijos de las dificultades de la vida ni sentirnos culpables porque nuestro hijo tenga problemas con los estudios.
La séptima manera de amargarse la vida.
Por último, la mejor manera de amargarse la vida es no reírse. Reírnos de nosotros mismos y disfrutar de los demás, cambiará la percepción que tenemos de los sucesos que nos acontecen y nos hará más llevaderas las dificultades.
Por lo tanto, para terminar, me gustaría remarcar la importancia de ser consciente que cuando percibimos una situación que nos ocurre en el día a día será básico el tratar de mirarlo con una actitud positiva que busca una solución, y no como una situación insalvable, ya que con esta mentalidad nos costará encontrar una solución alternativa más adecuada a nuestra necesidad, y hay que tener presente que “siempre la hay”.